Tres de la tarde. Abro una lata de champiñones, los enjuago y procedo a freírlos, después de un par de minutos agrego crema y salsa de jitomate, todo va a acompañar un fetuccini que ya se encuentra a la espera de esta. Después de ya tiempo viviendo fuera de casa, noté que es más practico cocinar surtido, rico y variado los domingos y guardarlo en el refrigerador para la semana.
Como foráneo, tener hacks para ahorrarte algo de tiempo viene bien. Puedes ahorrar mucho tiempo si gastas más dinero, comprando comida, acotando transporte, llevando la ropa a la lavandería… o puedes hacer que rinda más el dinero si optas por invertir más tiempo, cocinando, caminando un poco más, esquivando las nubes traicioneras de la ciudad. Por lo general se busca un equilibrio, pero es seguro que al final de semestre uno se quede sin tiempo y por ello mismo, sin dinero.
Reviso mi celular, intento llamar a mi madre, la llamada no entra. Llamo a mi padre, misma respuesta. A varios cientos de kilómetros, en un pequeño rancho, sé que están con mi abue, tiene ya tiempo enferma y los fines de semana le hacen compañía. Están en una pequeña casa en el campo, donde no hay un ruido constante de fondo, se respira azul clarito y las estrellas si existen a diferencia de la señal telefónica o en muchos casos el subministro de energía eléctrica.
Separo la salsa y la agrego al fetuccini, tengo un par de cosas más a la espera de convertirse en algo que se pueda comer. Cocinar, limpiar y dejar todo a punto para otra semana, la doceava de dieciséis del semestre. Una notificación salta en el móvil, mi hermano me escribe:
- Oye, nuestra abue ya no responde.
- Entiendo, nos vemos en un rato. Le contesto.
Respiro. Hablo mucho y seguido con mis hermanos, un par de mensajes al mes, la mayoría técnicos, hasta hace unos años nos veíamos los siete días de la semana. Apago la estufa, guardo lo que se puede guardar, limpio mis trastes, le comunico a mis roomies que dejaré cosas en la cocina, que las usen o las desechen.
Reviso que ocuparé, solo salgo con una mochila. Cruzo la ciudad; iniciando en metro Copilco y terminando en la Central del Norte, el próximo camión directo a casa sale en a las 19:30, llegaré a casa como a la 1.
Toca esperar, reviso el celular… nada. El silencio es muy incomodo por que deja escuchar las cosas que son importantes, que a punta de bullicio y actividades cotidianas dejamos en un segundo plano.
Cinco y media, boleto en mano, mente en espera y corazón en casa.
Estudiar fuera representa un reto lleno de desventuras. La libertad que obtienes es proporcional a la cantidad de responsabilidades. Adquieres la oportunidad de conocer a diferentes personas y su forma de ver el mundo, el contexto de los compañeros de departamento es un mundo en si mismo. Buenos, malos, excelentes y hay hasta los que te hacen mudarte gustosamente.
Aprendes mucho, pero también pasas a perderte mucho, unas por otras. Estar en una videollamada con la familia mientras escuchas el bullicio de fondo, las risas y los pleitos de los primos pequeños saca una lagrima al alma que solo los que envían abrazos a distancia conoce.
Seis y media. Como un poco, respiro.
Algo curioso de las amistades de la ciudad, es que son pocas. He notado que es más natural hacer un amigo con alguien que es oriundo de otro estado que con alguien local. Pareciera que asumen que uno esta de paso. Si bien con otros foráneos se entiende el contexto de la distancia, se siente más confianza en el trato, ya que se tienen diferentes referencias al momento de evaluar lo que para uno es conocido a lo que actualmente se vive. Crecer en un entorno donde la gente va y viene hace considerar que la calidad de una relación es alta cuando para un foráneo la percepción del compromiso es bajo. Quizá el crecer en
entornos donde el estrés de la vida cotidiana no es la norma, genera percepciones de la realidad un tanto alterada.
Siete treinta, abordo y suspiro. Tengo un mensaje nuevo:
- Mijo, tu abue se nos fue al cielo.
Por lo general, un foráneo pasa por diferentes fases al llegar a un lugar; inicia con muchas expectativas y ansioso de conocer la ciudad, maravillado por su tamaño, los lugares y la basta cantidad de cosas que en casa no hay y que, dada su prematura libertad, aprovecha, todo es brillo. Después de un tiempo, el foráneo pasa a la aceptación de las responsabilidades personales, se da cuenta de que el cuidar de su salud, sueño, alimentación y hacerse se un circulo de amistades de buena calidad no es solo deseable, es una necesidad. No hay peor enfermedad que aquella que sólo tu conoces.
Con más tiempo, la melancolía de la casa se abre camino y pasa a perderle el brillo a la ciudad; comienza a ver sus matices.
Ya asimilado por la ciudad, ve lo bueno y lo malo, se queja de las inclemencias de la ciudad, pero también disfruta de las mil y una cosas que ofrece. Acepta a la ciudad como es y no lo que le gustaría que fuera.
Dentro de ese ejercicio de aceptación, se van asimilando el costo de las desiciones que se han tomado. Estudiar fuera una apuesta por un mejor futuro, buscando oportunidades que el hogar no puede brindarte, pero es renunciar al hogar mismo. Al menos por un tiempo. Conoces a nuevos amigos, lugares y entornos, pero aquellos con los que has crecido continúan su camino.
¿Cuál es el mayor temor de un foráneo? Extraviarse, desconocerse, llegar a un lugar que le presenta un peligro, sufrir algún percance estando lejos de casa; abrían sido mis dudas antes de partir. Con tiempo y distancia, puedo asegurar que el desconocer tu hogar cuando regresas, perder el contacto con algún amigo o familiar por esa distancia y en ultima instancia, perder un familiar son temores más grandes. Perder a mi abue estudiando acá es uno de mis mayores temores.
Nueve de la noche. Vivir la infancia en el campo, la adolescencia a una ciudad pequeña y estudiar la carrera profesional en la metrópoli brinda perspectivas. Perder el sueño por que un caballo se ha escapado, a perderlo por que hay una fiesta a una cuadra y a que por que sonó la alerta sísmica; da perspectivas.
Diez, once y después media noche. Una de las cosas curiosas de estar fuera del entorno seguro, el hogar, es darte cuenta de lo que tienes. Al crecer en un lugar en específico, las realidades de las personas con las que compartes los años cuanto menos, son similares. Uno da por hecho las cosas del día a día y en las que se ha formado son normales, cotidianas y no. Una de las enseñanzas más grandes que me ha dado la ciudad, es valorar el origen, que de cotidiano no tiene nada y a ver en la diversidad de realidades ajenas, diferentes perspectivas de la vida, mejores, peores, eso solo el tiempo y su propio protagonista deciden.
Una de la mañana. Las montañas dan paso a una leve luz que no aclara todo el cielo con su reflejo. Voy llegando a casa. Le comunico a mi hermano que estoy cerca y me comenta que me espera en la central de autobuses, después de arribar fuimos directos al rancho.
Dos de la mañana. Un camino de terracería en medio del campo iluminado por un único vehículo que se empeña en romper la tranquilidad y silencio que son aquí tan cotidianos es ahora mi realidad. El brillo que unas cuantas casas aportan en medio de la nada, no, del todo, nos reciben. Bajo, Canela y Chiqui me reciben con un incesante movimiento en sus colas, no importa el tiempo que pase, éste par nunca me desconoce.
Abro la puerta, entro. Detrás de las flores yace el ataúd, me acerco:
- Quería darte un último abrazo, ya no te alcance abue.