Entre San Felipe y San Diego de la Unión, al norte del estado de Guanajuato y colindando con Villa de Reyes en San Luis Potosí, aguardan llanuras óptimas para la siembra que se ven a la cuesta de Peña Alta, un bosque de pinos que, en su accidentado paso, le resguarda del crecimiento agrícola, siendo un refugio natural de la vida silvestre. En una de las muchas rancherías que se esconden entre estos estados agricultores y colindante a Peña Alta, saliendo de la carretera 37, se encuentra el rancho de San Bartolo, donde vive la familia Ramírez. Una casa modesta de color blanco, algo deteriorada en sus acabados, losetas de barro quemado ya de un tono ocre y baldosas redondeadas en sus esquinas que muestran que su tiempo ahí puede haber visto pasar ya a más de una generación de los Ramírez.
Dando unos pasos extra a la parte trasera de la casa y abriéndose paso entre unos matorrales, se encuentra el área de ganado, una serie de pequeños cuartos y corrales que se interconectan con cercas de madera y que a su vez resguardan varias ovejas. El tamaño de la cerca muestra que hubo más animales en el pasado y por el tamaño, eran vacas y no las modestas ovejas que hoy día son resguardadas por una pareja de perros. Body puede que alguna vez en algún ancestro tuvo un San Bernardo; su tamaño lo delata, pero sus facciones hacen simplemente que se creen rompecabezas mentales que sus colores claros y su fino hocico hacen sobrepensar. Blanca es un perro eléctrico, dicho popular para aquellos perros que cualquier rastro de cruza los hace indistinguibles y muy corrientes por aquellos lugares.
Estos perros llegaron por regalo de los hermanos del Señor Rogelio Ramírez, siendo necesarios para la actividad ganadera. Aunque, para ser honestos, en cualquier ranchería el número de estos indispensables trabajadores llega a ser la media docena; aquí el par se las arregla para sacar el cuidado de las ovejas adelante. Hace un par de semanas, la pareja de perros trajo una camada de 6 cachorros con la familia Ramírez.
El deseo de que al menos uno de estos cachorros se parezca a sus padres en términos de obediencia es grande. Es poco común que los perros de granjeros sean tan obedientes y cuidadosos. Por lo general, buscan la complacencia de sus dueños, pero a sus espaldas cobrarse una gallina, morder de más a algún cordero o ser demasiado antipáticos con otras visitas es la norma; no siendo éste el caso para la pareja.
Por las mañanas, a media hora caminando, se sacan las ovejas a pastar a la cuesta de Peña Alta, antes de que las alambradas separen los pastizales de los pinos. Body se echa debajo de un árbol y se queda viendo el rebaño mientras el señor Rogelio regresa a casa. Blanca está al cuidado de la casa, alternando sus rondines con visitas a uno de los cuartos de los corrales para alimentar a sus cachorros. Se puede decir que esa es la rutina cotidiana.
Un aroma hace que se frunza el hocico de Body, la curiosidad lo levanta y lo hace merodear con la cabeza al suelo hasta llegar a la cerca, camina, olfatea y se queda sentado viendo fuera de la cerca, mira secamente entre los árboles sintiendo que esa mirada es correspondida. Su olfato no le miente, él sabe que está siendo vigilado. Esa misma tarde le compartiría a Blanca lo que ha olfateado.
- Hay unos coyotes merodeando, creo que son 6.
Le comentó un tanto pensativo a su pareja, ella un poco más preocupada le preguntó:
- ¿Crees que se te arrimen cerca de la cerca mientras no está Rogelio?
- No, no, deben de andar apenas vigilando. Los coyotes son cobardes, pero astutos, muy seguramente intentarán venir para acá a los corrales en la noche le contestó Body, recostándose en pose de cuidado viendo en dirección de la cuesta de los cerros de Peña Alta.
- ¿Crees que vengan hoy? ¡¿Qué haremos con los cachorros?!
le cuestionó Blanca más abrumada.
- No creo que vengan hoy, son pacientes esas pestes. Pero pienso que será mejor estar preparados para cuando nos visiten. Mira, yo dormiré entre los matorrales cuidando la entrada de los corrales; cuando vengan, yo los sorprenderé por la espalda, tú quédate con los cachorros. Si ellos se sienten rodeados, preferirán escapar.
- ¿Y qué harán cuando vean que somos sólo 2? ¿Regresarán y si son 6 como tú dices… no quiero perder a mis cachorros Body.
- No te preocupes de eso, buscaré meterles un susto, pero si los persigo, no me sigas y cuida a los cachorros.
Al día siguiente la rutina se repite, pero hay un pensamiento que se queda con Body. Estando echado al lado del árbol que le guarda del sol, medita sobre la calma que lo atormenta.
- ¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Y si me agarran esas pestes? No soportaría que le hagan algo a mis cachorros o a Blanca. ¿Y si muero? Pueden crecer solo con Blanca y sé que don Rogelio los cuidará bien… Pero esas pestes seguirán ahí y no se irán hasta que los cachorros crezcan. Intentarán ir por los cachorros… No quiero perder a mis chicos.
La tarde se hace presente, el rebaño regresa a casa, Body pasa a saludar a su familia y entrada la oscuridad se va a echar a los matorrales. Su mirada se cristaliza, sabe que esa noche será diferente.
Laura, la esposa de don Rogelio, una señora de carácter amigable y que siempre viste alguna prenda de blanco, le sirve el desayuno a su marido. La pareja tiene un par de hijos que se encuentran en el bachillerato; a tempranas horas parten a San Felipe y regresarán por la tarde.
Por las mañanas, don Rogelio saca los animales y los lleva a comer para después regresar a desayunar y partir al campo a trabajar la tierra. Don Rogelio es un señor amigable, serio en su trabajo pero que goza de la vida del campo. Sus hermanos con el tiempo decidieron migrar al norte, hartos de la monotonía y de la modesta vida que el campo ofrece. Don Rogelio varias veces se cuestionó si esa vida era la mejor para su familia, pero terminó dándose cuenta de que al menos para él y su esposa, es la vida que les da sentido. Busca ofrecerle oportunidades que la pareja no tuvo a sus hijos, pero le ilusiona la idea de que alguno le agarre cariño a trabajar la tierra. Los días cotidianos, de trabajo, monótonos, pero tranquilos son los que la pareja les ha dado sentido y les tienen cariño.
- No he escuchado a los coyotes aullar en la Peña desde el lunes. Ya ves lo que decía mamá Chema, cuando ya no los escuches es porque te andan cuidando le comenta Rogelio a Laura. Ella se sirve un poco de café y le contesta:
- Seguramente se bajaron. ¿Aún tienes balas para la escopeta? Se les va a hacer fácil venir un día de estos, gordo. Igual los perros se podrían hacer cargo, pero aún están muy verdes los cachorros. ¿Nos conviene quedarnos con todos, no crees?
- Sí. Puede que los coyotes hagan algo, pero no me imagino que se atrevan a meterse entre los corrales, pero mejor aseguramos todo.
Al caer la noche, Body espera atento al acecho, su olfato siente que una mezcla de olores llega a él. Un olor que le es familiar, pero que desata un desasosiego en su pecho, esa noche podría ser la última. Entre la oscuridad, un movimiento hace que el aire se sienta espeso, el sonido de unas patas hace que su respiración se detenga. Aún se siente seguro. Puede escuchar las suaves pisadas de varios cuerpos que se acercan lentamente. El tiempo se siente eterno, hasta que finalmente las sombras de los coyotes emergen entre los matorrales. Sus cuerpos, delgados y alargados, sus ojos iluminados por el resplandor de la luna que se asoma entre los árboles. Body se percata de que en el fondo, lo que más le preocupa no son los coyotes, es lo que pueda pasarle a Blanca y a los cachorros.
Body salta, avanza por entre la espesura y va directo a los coyotes. Él tiene mucho más que perder en esta noche y no se le pasa por la cabeza el hecho de que quizás sólo muera. La esencia del pánico y el instinto de protección llenan su ser. Las sombras lo miran extrañados. Su coraje los hiere como una lanza. Los coyotes comienzan a retroceder y retroceden un poco más hasta perderse entre los matorrales.
Body se queda vigilando, a la espera de que dejen de avanzar. Al final de la noche se percata de que no volvieron. El pánico aún está presente y es cuando, sintiendo un respiro pesado en su pecho, vuelve a los corrales. Al amanecer, el silencio lo inunda y mira a su alrededor. Algo se siente raro y un gélido malestar entra en él. Cuando se acerca a los corrales, puede notar el silencio que acompaña a Blanca, la espera se hace dura. No hay un movimiento, sólo la desesperanza de que no haya pasado nada. Body se ve triste, mira a los cachorros, pero se siente impotente. Un fuerte ladrido rompe con la agonía de la espera. Un ladrido que llega a sus oídos y, de la nada, las sombras comienzan a moverse. Una sombra aparece a lo lejos y se percibe el movimiento. Es Blanca, llena de tierra, pero su ladrido se siente lejano y cansado. Ya no hay aliento en su voz. Una sombra se acerca detrás de ella, es un coyote. Se siente el aire espeso y el golpe del sol se hace más fuerte. Body se siente atrapado, pero no hay un espacio que lo defina. Solo hay instinto y la decisión de atacar a la sombra que se acerca tras Blanca. Casi alcanza a saltar, pero la sombra es más rápida. Se lleva a la madre y siente que se le quiebra el pecho. La desesperanza lo inunda. Se queda quieto en el corral, siente que su energía se agota, y se hace pequeño, se siente débil y comienza a temblar. Por un momento se siente vacío y se da cuenta de que nada podrá regresar. No hay forma de regresar a la rutina, no habrá más cacerías, no habrá más juegos entre ellos. Solo queda el eco de su tristeza.
Body espera hasta el atardecer y, sintiéndose un poco más fuerte, se dirige a la casa. Los niños han regresado del bachillerato y se oyen risas, una música lejana, pero él solo puede pensar en lo que se ha perdido. Se siente extraño, le cuesta entender que los días que le quedaban se apagan entre su soledad. Esa noche, a su lado, uno de los cachorros se acerca y se echa cerca de él, lo mira con esos ojos brillantes, le hace recordar lo que fue su madre. Body se siente aún más solo. Le gustaría encontrar una razón para regresar a la rutina, pero ya nada volverá a ser igual.
Al entrar a los corrales se encontraron un coyote en el suelo, a Blanca alterada con una herida en dos de sus patas. Al hacer el recuento, vieron que todas las ovejas estaban y también los cachorros. Atendieron los cortes por las mordidas que tenía Blanca; sanarán, no eran profundas; revisaron al coyote, tendría a lo mucho un par de años, una mordida de Body le rompió el cuello casi instantáneamente.
La trifulca del corral duró muy poco tiempo, pero lo suficiente para alterar a todo el ganado. Les pasaron unas piedras de sal a las ovejas para calmarlas, y don Rogelio aguardó un par de horas más en los corrales a la espera de su compañero. No llegaría esa madrugada.
El sábado consiguió su paquete don Rogelio, que por la tarde se fue a la cuesta de la Peña junto con sus hijos en búsqueda de su perro, pero no tuvo éxito. El domingo se repitió esta operación, pero con el mismo resultado. Los coyotes seguían sin escucharse hasta el martes; su aullido a lo lejos en la Peña advirtió que ya no se encontraban cerca, pero no daba información extra de Body. Entre las extrañezas que se encontró el granjero, fue ver la extraña tranquilidad de Blanca, como si no extrañara la falta de su compañero. La falta de Body provocó que don Rogelio se quedara con las ovejas por las mañanas y regresara al mediodía para dedicarse al campo por las tardes.
A la mañana del jueves, se acercó a los corrales, sacó a las ovejas y caminó con ellas en dirección a las cuestas de la Peña. Al cuidar las ovejas y llevarlas a un lugar, normalmente el granjero se coloca en uno de los costados en la parte trasera del grupo. Las ovejas ya conocen su camino y hacen solas la mayor parte del trabajo; el granjero solo cuida que no se queden demasiado atrás y apresura a aquellas que se entretienen con alguna rama o pasto que se les antoja en el trayecto.
A medio camino, don Rogelio divisó en sentido contrario de su caminar a Body, o más bien, lo que quedaba de él; maltrecho, con un ojo tan herido que lo perdería, cojeante de una pata, pero herido de tres, la cola casi partida, le faltaban parte de sus orejas y había bajado mucho de peso.
Don Rogelio cargó a su perro, regresó como pudo a las ovejas, que por la terquedad de su habitual trayecto les era incomprensible el porqué de su devolver, y ya en casa tomó la camioneta para llevarlo con un veterinario en San Felipe a su compañero. En el estado que estaba, para un granjero, era más sencillo sacrificar a lo que quedaba de su perro; Don Rogelio prefirió usar parte de sus ahorros y quedarse con Body, era lo mínimo que él sentía que le debía por haber cuidado de sus ovejas.
El perro se recuperó después de un par de meses, se convirtió en un perro viejo, seguiría haciendo sus tareas a un nuevo ritmo, donde sus cachorros pronto lo acompañarían.
El crujir de las ramas en los matorrales entre los pinos delata la desbandada de la jauría en la fría noche de jueves. Corren, sin tomar descanso, están asustados, están tristes, están molestos y tienen miedo. Su trote no pausa; saben que el verdugo de Río les sigue la huella.
El camino se cierra y comienzan a subir las faldas de Peña alta. Los 5 coyotes bajan la velocidad para dar pequeños brincos entre las rocas. Mateo rompe el silencio entre los hermanos:
su hermana Luna, furiosa, secunda su propuesta.
le contestó Sombra, el más temeroso de los hermanos. Cazador toma un poco de aire, intenta controlarse; es la primera vez que ve morir a un familiar:
Dijo Estrella seria, inyectando calma y seguridad a sus hermanos; continuó con su plan mientras seguían su ascenso:
- Hay que hacerle lo mismo que le hizo a Río. No puede quedarse así replicó Luna. Estrella se le acercó de forma tosca y le dijo:
El grupo de hermanos meditó poco su idea, y optaron por llevar a la trampa al perro de granja que apenas iniciaba torpemente su ascenso, pero que no doblaba su paso. El grupo sigue su camino; el amanecer los alcanzó, el atardecer le siguió, y la noche se volvió a hacer presente. El caminar se hizo pesado, la sed cortante, pero no era la primera vez que emprendían un trote así.
Se adentraron en la Sierra, donde el viento chocando con el follaje de los pinos y el cascabeleo de las víboras es el único ruido que los separa del silencio absoluto.
El grupo se acercó a una ciénaga pequeña, unos 15 metros en desnivel respecto al resto del terreno, del cual trepando entre los troncos se hacen camino hacia abajo. Han llegado a su destino; se separan y marcan terreno para hacer evidente que se encuentran ahí, buscando hacer patrones que hagan difícil encontrar un camino hacia una salida.
El grupo después de unas horas comienza a trepar por los troncos y se abre camino fuera de la ciénaga. Juntan su andar en un puñado de matorrales que se encuentran en lo alto de un cerro; les da la vista completa de su trampa. Ahí por fin dan descanso a su huida. Exhaustos, toman turnos para ver que el perro de granja entre. Da la tarde del domingo, y divisan a lo lejos al perro de granja; él no corre, camina. Lleva su rostro en el suelo siguiendo el rastro de los hermanos. Estrella levanta a sus hermanos para que vean al granjero entrar a la ciénaga; sabe que obtendrán un poco de satisfacción cuando entre en ese desnivel. Sus hermanos buscan con la mirada al incauto y, como si compartieran el sentimiento de venganza, esperan que entre.
El perro se acerca al desnivel, toma asiento y se le ve olfatear. Los hermanos no entienden por qué para. El perro olfatea, olfatea, olfatea y alza la mirada, busca con su hocico y gira la cabeza en dirección a los hermanos. Ellos están lejos; el perro lo divisan como una simple roca por la distancia, pero es claro que él les está dirigiendo la mirada.
El verdugo de su hermano cesa su descanso y comienza su andar en dirección de los coyotes. No pueden creer que los olfateó hasta su escondite. Tardará en subir, tardará en alcanzarlos; los hermanos saben que no se detiene y comienzan a pensar en que perderlo no será una opción.
- Podemos atacarlo entre todos, esperarlo y aprovechar que él no ha descansado sugirió Sombra, pero nuevamente tomó el liderazgo Estrella:
- Puede que sí, pero si llega a dejar maltrecho a más de uno, tendremos problemas. Nuestros viejos siguen esperando comida, y si hiere a un par más, tendremos problemas para cuidarnos y buscar comida para todos.
- Podríamos pedir ayuda de nuestros primos. Ya no están tan lejos de aquí; están a un día en dirección al poniente comentó Luna.
- Nuestros viejos nos llamarán mañana por la tarde si no les hablamos. Ahí tendremos problemas si el granjero decide ir por ellos... podemos tomar una dirección con nuestros primos, donde Sombra, Mateo y yo emboscamos al granjero por la cuenca, mientras Luna y Cazador van con nuestros otros familiares para ayudar con alimento a nuestros viejos. Nosotros tres nos las arreglamos para llegar con ellos.
Comentó Estrella a los hermanos, a lo que Cazador, dudoso, le pregunta:
- ¿Y si hiere a más de uno? Es mejor si lo atacamos entre todos Estrella, al ver que solo Cazador la cuestiona, se le acerca, lo separa del resto y le susurra:
- Él viene por todos; la jauría de nuestros primos es más grande y tiene más experiencia que nosotros. Tengo miedo que nos mate a todos Cazador guarda silencio; no esperaba ese comentario.
Acepta la propuesta de su hermana, y emprenden camino en dirección a la cuenca. La cuenca es una caverna rodeada de un par de senderos, una caída de casi treinta metros aguarda a cualquier incauto que no revise bien su caminar. Los hermanos decidieron seguir su plan, y Cazador, junto con Luna, siguieron su caminar en búsqueda de sus familiares.
La tarde del lunes fue el momento en que el granjero dio con los hermanos en la cuenca. La mirada de estos últimos estaba tranquila; sentían seguridad de poder vengar a Río. Dejaron que el granjero se acercara a la zona más angosta, donde ellos se abalanzaron para acercarlo a la orilla.
La mirada del perro era hueca; un negro profundo salía de sus cuencas, una mirada de muerte que se cernía sobre los tres hermanos. Sombra se abalanza al cuello del granjero mientras Estrella busca el rostro; Mateo va contra una de las piernas.
La trifulca se abre paso, y la pelea en la cuesta poco a poco se retira de la cuenca. Las mordidas de los hermanos eran punzantes, cortantes y rápidas, pero las del verdugo eran letales. Tomó a Mateo del cuello y repitió la historia de Río; siguió Estrella, y finalmente repitió la operación con Sombra.
Una extraña aura de sangre rodeaba a ese perro, el cual buscó el rastro del par de hermanos faltantes. Y una vez encontrado, corrió; ya no caminó. Sabía que el que se separaban era para buscar ayuda, cosa que no permitiría. Luna y Cazador conocían el camino; su paso no se perturbaba, y poco escucharon de la riña que sucedió detrás de ellos. Luna confiaba en la seguridad del plan de Estrella. Ella siempre fue la más lista, aunque el atacar a la pareja de perros de granja la noche pasada no resultó ser un buen plan, ni el acercarse a las granjas, cosa que sus viejos les advirtieron desde un inicio.
Una quebrada les muestra el resto de camino a los hermanos, los cuales visualizan cuál camino tomar para bajar seguros. Ya es la madrugada del martes nuevamente; pronto sus padres les llamarán en busca de una respuesta que les de razón de su caza. El tiempo se acaba.
El silencio de la noche está enrarecido; jadea, respira, es agitado. Los hermanos sienten el peligro, y sus orejas toman la dirección detrás de ellos. Cual demonio entre las ramas salta; la bestia que les viene dando caza los ha encontrado. Se abalanza contra Sombra, Luna aterrada arremete y responde al ataque; los hermanos le hacen frente.
El granjero está cansado; el par de hermanos huyen del hocico del agresor y, como pueden, buscan fijar sus mordidas a lo largo del cuerpo del perro. Pero se acercan peligrosamente a los límites del escarpado terreno. La triada cae, rueda fijada por las mordidas que se proporcionan, bajan dando golpes con sus cuerpos en las rocas hasta que estas mismas les detienen el paso.
La luz de la mañana iluminará tres cuerpos con vida, pero inmóviles por sus heridas al fondo de esa escarpada colina. No hubo movimiento de ninguno de ellos; los suspiros de Luna se los llevó la mañana, y los de Cazador, la tarde. Falta el granjero, que pareciera cuidar y esperar la partida de sus víctimas para seguirlas aún en otra vida. Solo hasta que la noche se hizo presente, él relajó su cuerpo y pareció que aún seguiría a los hermanos.
Leves aullidos se escuchan al oriente, lejanos; las orejas del perro granjero levemente se mueven, pero comprenden la lejanía. Otros aullidos les responden; los restos de las orejas del granjero se ponen tensas, vienen de la Peña.
Cual muerto regresado de la tumba se levanta el perro granjero y comienza su andar en dirección de estos últimos aullidos; su misión aún no está completa. A las faldas de un viejo tronco, entre los pinos, aguarda un grupo de madrigueras escarbadas por los hijos de Sol y Selen, unos viejos coyotes cuya falta de dientes y las canas en sus hocicos revelan una larga vida en esas tierras. Hace días que esperan a sus cachorros, que, aunque ya tienen un par de años, para los padres, siempre serán cachorros. Esta vez ha sido la primera ocasión en que no los guían en la caza. Parte de ver crecer a sus crías implica encomendarles responsabilidades y, en esta ocasión, deben asumir decisiones sin la supervisión de la experiencia de sus padres.
Esperan que tomen las decisiones correctas y, si cometen algún error, sepan solucionarlo. La diferencia de actitudes de sus hijos ayuda; la diferencia de opiniones obliga a que sean creativos y que el mejor plan de ellos se lleve a cabo. En parte, es eso; en parte, son los años. Los años han mermado la agilidad y agudeza de los sentidos de la pareja, pero les han otorgado experiencia, la cual saben que ya no les ayuda para mantener un paso rápido con sus hijos. Quizás el próximo verano deban separar a varios de ellos con las jaurías cercanas, para que formen sus respectivas familias; esos son los pensamientos que discuten la vieja pareja en su espera.
Les han dado un plazo de una semana; usualmente, la caza dura cuatro días, en los cuales guardan silencio para despistar a sus presas y, cuando las tienen, se organizan para alimentarse entre todos. Les han dado un poco más de tiempo, ya que al aprender, hay que dar holgura para los errores, pues los mejores maestros son aquellos de los cuales las lecciones nunca se olvidan. El tiempo para la pareja no es un problema; los años y el tiempo traen consigo un gran don, el cual es la paciencia. Llega el lunes y sus criaturas no han entablado comunicación:
- Quizá se han metido en problemas dijo Selen.
- O han decidido optar por agotar a alguna desafortunada presa replicó Sol.
- Es posible, es posible. Mañana les llamaremos, aunque no me da buena espina que tarden más de lo que deberían. Ya no son unos niños , comentó Selen de forma malhumorada.
- Oh, se metieron en problemas y buscan no salir raspados. Será divertido saber qué hicieron, jeje
La tranquilidad de Sol calmó a Selen; se turnaban para buscar ratones o algún aperitivo que los distrajera en su espera. La tarde del martes cortó el tiempo límite y llamaron a sus hijos, pero no hubo respuesta.
Solo hasta ese punto, los pensamientos de fracaso o chascarrillo se cortaron en la pareja; pasaron a ser una genuina preocupación. Los aullidos duraron varias horas, pero el resultado fue el mismo: nula respuesta.
- ¿Por dónde empezamos a buscarlos? ¿Y si los cazaron los humanos? Pero no hemos escuchado disparos. ¿Y si se metieron con un grupo de perros? preguntaba Sol, mientras Selen evaluaba qué podrían hacer, surgiéndole la duda:
- ¿Y si se están escondiendo?
- ¿De qué podrían esconderse, Selen?
- Podrían haber ido con tu hermano, pero si fuera el caso, terminarían regresando. ¿No lo crees?
- Sí, habrá que esperar un par de días y, si no hay respuesta, ir con ellos contestó Sol, cosa que hicieron hasta encontrar una respuesta en la mañana del miércoles.
Los matorrales cercanos alertaron una visita; ellos se prepararon, ya que el sonido no alertaba a un número de individuos que deseaban, solo era uno.
Entre las ramas, una grotesca figura salió: un imponente perro, herido, sangrante y con una mirada rabiosa, fijó la mirada en la pareja que inmediatamente tomó una postura defensiva. La bestia detuvo su caminar; el encontrar dos viejos coyotes la desconcertó. La mirada sangrienta tomó contraste, se volvió cristalina, quitó la postura agresiva y calmó sus gestos; se quedó quieta viendo a los viejos coyotes. Bajo la mirada, dio media vuelta y regresó por donde llegó.
El miedo invadió el corazón de Selen y Sol; buscarán a sus críos... No quieren imaginar que algo les ha pasado.