César toma las llaves del auto de la charola que las resguarda en la esquina de la cocina, junto con un termo de café que su esposa Karla le ha preparado. Sale de la casa, se sube a su Jetta rojo estacionado enfrente, lo enciende y espera. Es una mañana fresca; por el día hará algo de calor, pero tiene la pinta de ser un día tranquilo.
¿Serán diferentes las lluvias de septiembre? ¿Cuánto tiempo tardará en llegar por su cuenta cuando ella entre en otro horario? ¿Habrá tráfico de regreso? Se pregunta mientras espera a Ana, la cual, después de unos minutos, sube al auto solo luego de despedirse de su madre.
Ella está emocionada. ¿Cómo no estarlo? Es su primer día de universidad; ellos están emocionados, pero de manera diferente.
Inician su camino. Menos de cuarenta minutos los separan de los salones del instituto y el hogar, dulce hogar. Un verdadero regalo de la fortuna que los deseos de los estudios de Ana coincidan con un lugar tan cercano y que satisfaga las expectativas de sus padres y de ella.
César conduce tranquilo. Es una persona reservada. Le pide a Ana que le indique el camino que ella casi memoriza desde hace un par de días. Los comentarios sobre las materias de su primer semestre van acompañados de pequeñas risas que revelan la emoción y los nervios que la acompañan.
Ana es la hija única entre Karla y César. Se unió a la pareja dos años después de casados, en el quinto año de conocerse. Hoy, a 23 años de eso, se le hace un parpadeo a César, un instante, es parte de lo que medita mientras escucha o finge escuchar a Ana.
El pensamiento de César se siente invadido, casi abrumado… ¿Le estaré dando lo suficiente para esta semana? ¿Necesitará más espacio para estudiar? ¿Cómo modifico sus permisos para cuando quiera salir con sus amistades? ¿Y si se enamora? ¿Y si no le gusta lo que estudia? No sé qué hacer, simplemente no sé, pero lo iré tratando con Karla conforme surja…
Se pregunta a sí mismo mientras conduce entre las callejuelas de la colonia para salir a la avenida. Él de joven cometió muchos errores. Le tocó trabajar y estudiar. Sabe que la realidad de su hija es distinta. Ha trabajado buena parte de su vida para ello, pero el sentimiento sigue ahí, aguardando, lleno de dudas, temeroso. El miedo que siente lo regresa a su propia época universitaria. Pero es tan diferente.
¿Y si se equivoca? Claro que se va a equivocar, cometerá muchos errores. Son necesarios para que ella aprenda de la misma vida. Me encantaría que no pase por ellos. Sé que mis consejos y anécdotas le serán de orientación, pero el valor que da la experiencia sobre el peso de las decisiones, solo la experiencia lo da. Me toca soltar, dejar que se equivoque. Sé que estaré ahí para cuando me necesite, pero ya será menos.
Piensa César mientras se acerca a un semáforo y se detiene. Sorbe un poco de café y mira a Ana con una pequeña sonrisa. Él está feliz por ver que su hija tiene la posibilidad de desarrollarse profesionalmente, pero está triste. Le duele realmente aceptar que su hija pequeña ya no es tan pequeña y que, en unos años, si Karla junto con él lo han hecho bien, ella saldrá al mundo por su cuenta. Siempre será su pequeña, siempre estarán para ella, y cuando los necesite espera estar… pero sabe que su pequeña ya no es pequeña.
Seguirá siendo su papá, pero de manera diferente, una que aún no conoce. ¡Qué alegría ver a los hijos crecer como adultos responsables! ¡Qué dolor ver a los hijos crecer y partir!
César conduce fuera de la avenida que conecta al instituto, se acerca a la acera de descenso, toma aire y con una tranquilidad que poco dice sobre lo que ha pensado, mira a su hija y le dice:
—Ana, recuerda que estamos orgullosos de ti. Si necesitas ayuda o surge algún problema en el que nos necesites, ten la confianza para decírnoslo. Tu mamá y yo te amamos.
Ella se le acerca para despedirse, le besa la mejilla y le dice sonrojada:
—Ay, papá, gracias. Yo también los amo. Nos vemos en la tarde, ahí te cuento cómo va todo.
Sale del auto, cierra y corre emocionada a la entrada del instituto.